20 de octubre de 2016

Los Narcisos de la Politica

Hay algunos funcionarios públicos coahuilenses que padecen el síndrome de Narciso. Paridos por los Dioses no pasa un día en que demuestren ante propios y extraños que están enamorados de su imagen, de su persona, de sus virtudes y excentricidades.

Este trastorno psicológico no es de un político en particular. En nuestro Estado se manifiesta principalmente en funcionarios de todos los niveles de gobierno que tienen el poder para asignar, a su conveniencia, importantes cantidades de dinero para promocionar su imagen, aunque hay casos donde es muy, pero muy evidente como los de algunos presidentes municipales. Este mal, incurable y contagioso ocasiona un gasto excesivo al erario en la promoción de la imagen del funcionario ya sea para su incierto futuro político o para satisfacer su muy conocido egocentrismo. Gasto que si saliera de sus bolsillos difícilmente estarían dispuestos a pagar.

Según Wikipedia, la biblioteca de Internet mas conocida y explorada, en la mitología griega, Narciso era un joven muy hermoso. Las doncellas se enamoraban de él, pero éste las rechazaba. Entre las jóvenes heridas por su amor estaba la ninfa Eco, quien había disgustado a Hera y por ello ésta la había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. Por tanto, era incapaz de hablarle a Narciso por su amor, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, acabó apartándose de sus compañeros. Cuando él preguntó «¿Hay alguien aquí?», Eco respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: «¡Ven!». Después de responder Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que sólo quedó su voz.

Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas.

El narcisismo como trauma es el amor que dirige el sujeto a sí mismo tomado como objeto.

En su uso coloquial designa un enamoramiento de sí mismo o vanidad basado en la imagen propia o ego. Como ya se dijo, la palabra procede del antiguo mito griego sobre el joven Narciso, de especial hermosura, quien se enamoró insaciablemente de su propia imagen reflejada en el agua.

La personalidad narcisista se caracteriza por un patrón grandioso de vida, que se expresa en fantasías o modos de conducta que incapacitan al individuo para ver al otro. La visión de las cosas del narcisista es el patrón al cual el mundo, su país, su estado o municipio debe someterse. Para los narcisistas el mundo se guía y debe obedecer a sus propios puntos de vista, los cuales considera irrebatibles, infalibles, autogenerados. Las cosas más obvias y corrientes, si se le ocurren a él, deben ser vistas con admiración y se emborracha en la expresión de las mismas.

Hay en el Narcisista una inagotable sed de admiración y adulación. Esta necesidad lo incapacita para poder reflexionar tranquilamente y valorar serenamente la realidad. Vive más preocupado por su actuación, en cuanto al efecto teatral y reconocimiento externo de sus acciones, que en la eficacia real y utilidad de las mismas. En resumen, las personas narcisistas, aun cuando pueden poseer una aguda inteligencia, esta se halla obnubilada por esa visión grandiosa de sí mismas y por su hambre de reconocimiento. 

Muchas personas pudiendo ser exitosas, productivas y creativas, someten su vida a aduladoras mediocridades. Cuando los narcisistas ejercen posiciones de poder, se rodean de personas, que por su propia condición, son inferiores a él o ella, y de otras, que le harán la corte solo en función de un interés mezquino. Ellas, drogadas por su discurso auto-dirigido, no son capaces de reflexionar y escuchar lo que el mundo externo les grita.

La personalidad narcisista nace de una violencia, de un terrible trauma, de una herida inferida al individuo en sus primeras etapas del desarrollo o antes, cuando la herida es la madre y ella trasmite al hijo su resentimiento, su dolor, su rabia y su temor. Se refugia, el traumatizado, en su propia imagen de grandiosidad, ello le permite elevar su maltrecha auto-estima y sentirse un poco mejor consigo mismo. Su hambre insaciable de reconocimiento se asila en la admiración y la adulación de quienes lo circundan.

Él narcisista no se plantea dudas en cuanto a la realidad de sus ideas, sean estas brillantes o no. Así vemos cómo personas con una inteligencia mediocre y una cultura pobre, escalan posiciones sorprendentes, para ellas el recapacitar no existe. Aún las más insulsas ideas son expresadas con un espíritu mesiánico, se enamoran de las ideas de otros y las hacen propias sin la más mínima consideración moral ni ética. Estos últimos logran capitalizar a una horda de Narcisistas depresivos que creen, ingenuamente, en la verdad expresada por el pseudo-maestro. Ellos lo seguirán fielmente, no importa cuán errado esté.

Querámoslo o no, nosotros los ciudadanos hemos contribuido con los Narcisos que tenemos en la política. Los adulamos, les aplaudimos y mendigamos su saludo. Ellos, se dejan querer. Gastan millonadas de pesos en promocionar su imagen y nadie dice ni hace nada, al contrario, los seguimos alabando y motivando para que sigan gastando dinero en rubros inútiles en vez de asignarlo a obras para beneficiar a la comunidad y a los problemas reales de las ciudades donde ejercen el poder.

Ojala no nos volvamos a equivocar al escoger como autoridades a estos enfermos.

Lic. Victor Javier Zacarias G.
@javierzacarias