Hace años escribí este artículo en mi blog. Algunos de los asistentes de esa reunión ya no están con nosotros; se nos adelantaron en el camino. Amigos entrañables que nos disfrutamos, que rieron con nosotros, que brindaron y cantaron a nuestro lado. Hoy comparto de nuevo estas líneas como un pequeño homenaje a ellos y como recordatorio de que la vida está hecha de momentos así: de alegría y de nostalgia, de risas y despedidas. Y precisamente por eso, vale la pena vivirla, celebrarla y atesorarla.
La Fiesta…
El carnero se fue a las brasas desde la una de la tarde. La idea era cocinarlo “a la griega”, con paciencia, para que estuviera listo alrededor de las ocho y lo disfrutáramos con calma. Pero aquello fue solo el plato principal. La mesa se llenó de manjares norteños: carne asada, costillas, frijoles, chilitos piquín, chiles rellenos de queso envueltos en tocino, salsas de todos colores y unos machitos libres de culpa… y de colesterol. Una auténtica oda culinaria.
El artífice de todo aquello fue Jorge Villarreal y su equipo. Lo que sucedió ese sábado 8 de noviembre del 2008 en “Le Club” fue obra y gracia de ellos. De nadie más. Para bien y para mal.
El primero en llegar fue Pepe Valdez. Traía la excusa de que iba a salir a comprar el regalo del festejado, pero no le dimos chance de escaparse. Había riesgo real de que, en su afán por no perderse un solo chisme, fuera a causar estragos por las avenidas nigropetenses. Se le dijo en ese momento y se le reitera ahora: tiene 364 días para entregar ese regalo, y se le concede prórroga hasta un día antes del siguiente festejo. Pero no más.
Luego llegó Lorenzo, puntual como cada sábado que juega La Máquina. Lamentablemente, su equipo volvió a fallarle y la derrota lo sacó antes de tiempo. Dicen que se fue cabizbajo, mascullando resignaciones celestes.
El doctor Bonilla también arribó temprano, aún con su bata puesta y el espíritu alto. Gritó con alegría: “¡Pisado por mí y por todos los invitados que traiga!” y lo celebramos como se debe. Venía con otros planes, de esos que se presumen con orgullo. ¡Anímate, Chuy! La vida es corta y los intereses están bajos.
Después, la fiesta fue tomando forma. Llegaron Ángel Garza, Pepe Rivera, Javier Ortiz, Chuy Durán, Mando González, Lucas Villarreal, Álvaro Guajardo, Javier y Fidel Barrera, Adrián Peña, Beto García, Carlos González, René Valdez, Dr. Morales, Juan Maldonado, Dr. Alba, Abraham Rodríguez, Garza Aparicio, Rigo Navarro, Rolando González, Gaby Bustamante, Dr. Siller, Dr. Granillo, Canizales, Ing Martinez Rincon, Gustavo Reyes… y varios más que el recuerdo se resiste a acomodar en orden. Pero eso sí: el orden de llegada no alteró el buen ánimo. En lo absoluto.
La música norteña no tardó en llenar el ambiente. “Las Mañanitas” marcaron el inicio del Concurso de Aficionados, justo cuando el cantante del “fara fara” le hincaba el diente a una pierna del carnero. Fue entonces cuando los doctores González y García Reyes se lucieron con sus guitarras, acordeón y bajo sexto regalándonos una serenata inolvidable.
Y cómo no, también hubo partida de dominó. Abraham, Maco y Jorge intentaron sacar rayas bajo la mirada inquisitiva de Juan Maldonado. Pero, Bench, ya lo sabes: changos viejos no aprenden maromas nuevas. Mejor pónlos a construir casitas con las fichas porque de estrategia no entendieron nada.
Las coplas llegaron para ponerle chispa al canto. De un lado: Pepe, Roberto Martinez, Bonilla, Durán, Siller y Granillo. Del otro: Carlos, Beto, Fidel y un servidor. El trío norteño ya se había ido, pero la contienda de guitarrazos estuvo igual de reñida. Y como era de esperarse, ganó el equipo del festejado. Quien no esté de acuerdo, ya sabe a qué se arriesga el próximo año.
El arsenal de bebidas fue generoso, variado y peligroso. Lo suficiente para rendir a cualquiera. Algunos terminaron en bancas de la Macroplaza, abrazados por Morfeo y Baco, reconciliados al amanecer. No hubo gloria, pero sí muchas risas.
Y claro, no podía faltar Juanito. Ninguna fiesta en “Le Club” está completa sin su fina atención tras la barra. Dicen que lo vamos a becar para que estudie en el Culinary Institute of America, y que de paso aprenda a hacer una salsa. De perdida.
Pero si algo sobró esa noche, más que comida y tragos, fue amistad. De esa limpia, sincera, que se fortalece con los abrazos y se aviva con las charlas. Compartimos risas, anécdotas, aciertos y tropiezos. Y en medio del bullicio, uno encuentra eso que tanto se añora: la certeza de estar entre los suyos.
Cómo me hubiera gustado que Pancho Rios y Lalo Osorio estuvieran ahí. Seguro me habrían llevado su regalo favorito: su amistad. Esa que me daban a manos llenas cuando aún los tenía conmigo.
-Victor Javier Zacarias
#PiedrasNegras
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