14 de agosto de 2025

Las Vacaciones…


Cuando teníamos entre 10 y 12 años, mis hermanos y yo esperábamos con ansias las vacaciones… no por playas exóticas ni por cruceros con barra libre, sino porque venían al pueblo los familiares. 

Así como lo oyen: la emoción de la temporada era ver llegar a los tíos y primos de fuera, que como buenos migrantes de Piedras Negras —porque esta ciudad exporta gente buena, honesta, honrada y trabajadora, aunque a veces parezca que se queda sin stock— regresaban al terruño con ganas de convivir, recordar y echar relajo en familia.

La casa de mi abuelita Conchita se convertía en el punto de reunión: niños en la calle, adultos en las mecedoras, y todos, de una u otra forma, compartiendo vacaciones sin necesidad de reservaciones ni itinerarios. Fíjense que a esa edad francamente no me hizo tanta falta ir a la playa, porque el verdadero oleaje era el de primos corriendo por la banqueta y las carcajadas que resonaban entre vecinos.

Pero, como todo en la vida: los tiempos cambian… y el pueblo también.

Hoy las vacaciones son competencia. 

Una especie de Olimpiada social donde ya no gana quien más disfruta, sino quien más gasta. Así como en las bodas o los bailes de debutantes, donde lo que importa no es el amor ni el vals, sino el chef, el grupo musical, el salón con más columnas romanas por metro cuadrado y si el Obispo ofició la misa (o al menos si mandó saludos por WhatsApp). 

Eso sí, la mitad de la familia queda fuera con la excusa de los “compromisos”, que curiosamente nunca vuelven a aparecer ni en fiestas, ni en fotos… ni en Navidad.

Ahora, si no te fuiste a las Europas, tus vacaciones valen lo mismo que una tanda sin aguinaldo. No falta quien, apenas terminas de contar tus aventuras por Saltillo, Isla del Pobre o San Antonio, te las tapa con su safari en Sudáfrica o su tour espiritual por el sudeste asiático… aunque no sepa si Camboya es un país o una ensalada. 

Porque sí: mucho viaje, poco conocimiento. Sería ideal que antes de lanzarse a conquistar el mundo, al menos leyeran un poquito sobre la historia, la cultura y por qué no, dónde queda cada país al que van a posar para Instagram.

Y bueno, ya se acabaron las vacaciones otra vez. Y la verdad es que las opciones para los chamacos en Piedras Negras fueron pocas… o nulas.

Los niños terminaron desparramados en el sillón como trapo mojado, jugando videojuegos o viendo TikToks hasta que se les acababan los datos o el sentido común. Y todo porque no se promovieron actividades como torneos de fútbol, natación, dibujo, guitarra, ajedrez o al menos algo que los hubiera sacado de la casa y no estorbaran por donde pasaba el trapeador.

Las empresas también debieron haberse puesto las pilas. ¿Qué les costaba organizar cursos o actividades para los hijos de los empleados mientras los papás —esos que no tienen ni para pensar en vacaciones— seguían trabajando? Al menos así los niños no hubieran estado pegados al WiFi ni haciendo de la cocina un campo de batalla mientras la verdadera jefa del hogar —sí, esa que no tiene cargo gerencial pero carga con todo— intentaba mantener la casa en orden.

Porque, siendo realistas, no todo mundo puede vacacionar. Y si no se puede ir a París, al menos que el niño vaya a clases de guitarra y la mamá respire tres horas al día. ¿No sería eso, en el fondo, una vacación compartida?


Javier Zacarías 

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