23 de agosto de 2025

A esta edad…

A esta edad todavía tenemos la oportunidad de aprender. La vida, con todo y sus pruebas, nos sigue regalando la posibilidad de crecer, de conocer gente nueva, de descubrir tanto las debilidades como las fortalezas de quienes nos rodean, y de ser más conscientes del cuidado que debemos tener con nosotros mismos y con los demás.

Sigo aprendiendo cada día. Y sigo entendiendo que nunca se termina de conocer a las personas ni de comprender sus maneras. Lo que sí he descubierto con claridad es que no debemos ir a donde no nos quieren, ni entregar nuestro tiempo donde no se nos valora. No es sano insistir en estar presentes en lugares, compañías o amistades donde no se aprecia lo que uno hace o lo que uno es.


A esta edad el tiempo es demasiado valioso como para desperdiciarlo en personas u organizaciones que no merecen nuestra energía. Siempre lo supe, lo escuché y lo leí en diferentes momentos de mi vida, pero pocas veces lo apliqué. Uno suele aferrarse a los supuestos amigos, a los compromisos o a los grupos, y en ese afán muchas veces dejamos en el camino a quienes sí nos quieren de verdad.


Con los años también se descubre algo doloroso: la hipocresía de aquellos que en su momento nos llamaron amigos. Mientras todo marchaba bien y no había diferencias, todo lo que uno hacía era correcto y digno de aplauso. Pero basta un desacuerdo, un tropiezo o una opinión distinta, para que esos mismos que sonreían a tu lado comiencen a atacar por la espalda. Esa es la gran herida de la falsa amistad: se alimenta de la conveniencia, no de la sinceridad.


Y también está ese otro tipo de amigos, los que escuchan en silencio todas las críticas y ofensas que hacen de ti, sin defenderte. Esos que callan cuando se debería alzar la voz para poner un alto, y con sus silencios otorgan más poder al chisme o a la ofensa. Esa indiferencia hiere tanto como la traición, porque la verdadera amistad se demuestra en la lealtad, no en la presencia pasiva.


La juventud da la ventaja de equivocarse una y otra vez, y de regresar al camino sin tanta prisa. Pero a esta edad uno debe aprender a reconocer con humildad cuándo no es necesario, cuándo no lo quieren, cuándo no lo valoran. Es una lección dura, pero también liberadora.


Es cierto que con los años se descubren muy pocos amigos verdaderos. Y con tristeza se reconoce que a veces nos aferramos a quienes no nos valoran, mientras los buenos amigos, los que realmente cuentan, los dejamos para después. Y ese después llega tarde o a veces nunca llega.


Pero no todo es decepción. También hay esperanza. Porque a esta edad todavía se puede elegir distinto: se puede elegir la paz en lugar de la discordia, se puede elegir el agradecimiento en lugar de la queja, se puede elegir la compañía de los que nos hacen bien en lugar de los que nos lastiman.


A esta edad ya no hay tiempo para malas caras ni para relaciones desgastantes. El tiempo que nos queda debe ser para disfrutarlo, para vivir con tranquilidad, para construir con serenidad, para escribir nuestra historia con dignidad, para dejar un legado, y sobre todo, para volar hacia los buenos amigos que quizá nos esperaron siempre.


Javier Zacarías 

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