Hay algunos funcionarios públicos coahuilenses que padecen el síndrome de Narciso. Paridos por los Dioses no pasa un día en que demuestren ante propios
y extraños que están enamorados de su imagen, de su persona, de sus virtudes y excentricidades.
Este
trastorno psicológico no es de un político en particular. En nuestro Estado se
manifiesta principalmente en funcionarios de todos los niveles de gobierno que tienen el poder para asignar, a su conveniencia, importantes cantidades de dinero para promocionar su imagen, aunque hay casos
donde es muy, pero muy evidente como los de algunos presidentes municipales.
Este mal, incurable y contagioso ocasiona un gasto excesivo al erario en la promoción
de la imagen del funcionario ya sea para su incierto futuro político o para
satisfacer su muy conocido egocentrismo. Gasto que si saliera de sus bolsillos difícilmente estarían
dispuestos a pagar.
Según Wikipedia, la biblioteca de Internet mas conocida y explorada, en la mitología
griega, Narciso era un joven muy hermoso. Las doncellas se enamoraban
de él, pero éste las rechazaba. Entre las jóvenes heridas por su amor estaba
la ninfa Eco, quien había disgustado a Hera y por ello ésta
la había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera.
Por tanto, era incapaz de hablarle a Narciso por su amor, pero un día, cuando
él estaba caminando por el bosque, acabó apartándose de sus compañeros. Cuando
él preguntó «¿Hay alguien aquí?», Eco respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla
oculta entre los árboles, Narciso le gritó: «¡Ven!». Después de responder Eco
salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó
a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí
se consumió hasta que sólo quedó su voz.
Para castigar
a Narciso por su engreimiento, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que
se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación
absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas.
El narcisismo como
trauma es el amor que dirige el sujeto a sí mismo tomado como objeto.
En su uso
coloquial designa un enamoramiento de sí mismo o vanidad basado
en la imagen propia o ego. Como ya se dijo, la palabra procede
del antiguo mito griego sobre el joven Narciso, de especial
hermosura, quien se enamoró insaciablemente de su propia imagen reflejada en el
agua.
La personalidad narcisista se caracteriza por un patrón grandioso de vida, que se expresa en fantasías o modos de conducta que incapacitan al individuo para ver al otro. La visión de las cosas del narcisista es el patrón al cual el mundo, su país, su estado o municipio debe someterse. Para los narcisistas el mundo se guía y debe obedecer a sus propios puntos de vista, los cuales considera irrebatibles, infalibles, autogenerados. Las cosas más obvias y corrientes, si se le ocurren a él, deben ser vistas con admiración y se emborracha en la expresión de las mismas.
Hay en el
Narcisista una inagotable sed de admiración y adulación. Esta necesidad lo
incapacita para poder reflexionar tranquilamente y valorar serenamente la
realidad. Vive más preocupado por su actuación, en cuanto al efecto teatral y
reconocimiento externo de sus acciones, que en la eficacia real y utilidad de
las mismas. En resumen, las personas narcisistas, aun cuando pueden poseer una
aguda inteligencia, esta se halla obnubilada por esa visión grandiosa de sí
mismas y por su hambre de reconocimiento.
Muchas
personas pudiendo ser exitosas, productivas y creativas, someten su vida a
aduladoras mediocridades. Cuando los narcisistas ejercen posiciones de poder,
se rodean de personas, que por su propia condición, son inferiores a él o ella,
y de otras, que le harán la corte solo en función de un interés mezquino.
Ellas, drogadas por su discurso auto-dirigido, no son capaces de reflexionar y
escuchar lo que el mundo externo les grita.
La
personalidad narcisista nace de una violencia, de un terrible trauma, de una
herida inferida al individuo en sus primeras etapas del desarrollo o antes,
cuando la herida es la madre y ella trasmite al hijo su resentimiento, su
dolor, su rabia y su temor. Se refugia, el traumatizado, en su propia imagen de
grandiosidad, ello le permite elevar su maltrecha auto-estima y sentirse un
poco mejor consigo mismo. Su hambre insaciable de reconocimiento se asila en la
admiración y la adulación de quienes lo circundan.
Él narcisista
no se plantea dudas en cuanto a la realidad de sus ideas, sean estas brillantes
o no. Así vemos cómo personas con una inteligencia mediocre y una cultura
pobre, escalan posiciones sorprendentes, para ellas el recapacitar no existe.
Aún las más insulsas ideas son expresadas con un espíritu mesiánico, se
enamoran de las ideas de otros y las hacen propias sin la más mínima
consideración moral ni ética. Estos últimos logran capitalizar a una horda de
Narcisistas depresivos que creen, ingenuamente, en la verdad expresada por el
pseudo-maestro. Ellos lo seguirán fielmente, no importa cuán errado esté.
Querámoslo o
no, nosotros los ciudadanos hemos contribuido con los Narcisos que tenemos en
la política. Los adulamos, les aplaudimos y mendigamos su saludo. Ellos, se
dejan querer. Gastan millonadas de pesos en promocionar su imagen y nadie dice
ni hace nada, al contrario, los seguimos alabando y motivando para que sigan gastando
dinero en rubros inútiles en vez de asignarlo a obras para beneficiar a la
comunidad y a los problemas reales de las ciudades donde ejercen el poder.
Ojala no nos volvamos
a equivocar al escoger como autoridades a estos enfermos.
Lic. Victor Javier Zacarias G.
@javierzacarias