11 de junio de 2025

Avalancha!!

Una verdadera avalancha de funcionarios estatales descendió sobre la región para, entre aplausos coreografiados y discursos reciclados, anunciar con bombo, platillo y camisetas verde institucional que, gracias a las grandiosas gestiones del estado —encabezadas, por supuesto, por el gobernador Manolo Jiménez—, se instalarán techumbres en las escuelas de Piedras Negras y la región.

El acto, como buen ritual priista, incluyó templete, lona con logotipos y una fila bien alineada de reporteros amigos listos para tomar nota de cada promesa con rostro sonriente. Todo esto para anunciar una obra tan necesaria… como postergada.

Lo curioso —y aquí es donde el guion se pone interesante— es que esas mismas techumbres llevaban meses atoradas en la maraña burocrática del estado. ¿La razón? Según los propios funcionarios, los proyectos enviados por el alcalde Carlos Jacobo Rodríguez tenían inconsistencias, a lo cual el joven alcalde niega rotundamente ese argumento ya que se contrató especialistas para la elaboración de dichos proyectos y que por lo tanto, cuentan con todos los requisitos necesarios para ejecutar ese tipo de obras. Pero ¡oh, sorpresa! De un día para otro, y sin mayor explicación técnica, similares proyectos pasaron de “inviables” a “perfectamente autorizables” justo cuando el gobierno estatal y los políticos con aspiraciones futuras en Piedras Negras, decidieron colgarse la medalla.

Milagros de la política, dirán algunos. Magia electoral, dirán otros. La realidad es que los niños y jóvenes de Piedras Negras y la región por fin tendrán sombra donde estudiar y llevar a cabo sus eventos, y eso, por supuesto, es lo que importa. Lo demás —los jaloneos, las poses, los discursos llenos de adjetivos y vacíos de contenido— es puro show.

Eso sí, no hay que perder de vista el detalle: los políticos estatales aprovecharon una necesidad legítima para hacer campaña con recursos públicos y ponerse el saco del salvador… aunque la costura la haya hecho otro. Y así, entre greñas y grillas, el molino sigue girando… siempre hacia el mismo lado.

Victor Javier Zacarias

9 de junio de 2025

🎶 ¡Viva Piedras Negras, mi linda frontera!

Crónica nostálgica de un tiempo que no se olvida

Qué tiempos aquellos…

Cuando bastaba una canción para encender la noche, cuando los acordes de una guitarra llenaban el alma y las pistas de baile eran territorio sagrado de nuestra juventud. Eran los días en que las canciones que hablaban de nuestro pueblo no eran fondo, sino protagonistas. Se escuchaban en cada fiesta, en cada esquina, en cada rincón donde hubiera una bocina y un corazón dispuesto a soñar.

A finales de los 60’s y principios de los 70’s, Piedras Negras era un escenario sin telón, donde los grupos locales le daban vida a la noche con pasión y valentía. Muchos no sabían inglés, pero eso no los detenía. ¿La letra? Se la inventaban al vuelo, y lo hacían con tanto carisma que nadie notaba la diferencia (y si la notábamos, nos valía). Lo importante era el ritmo, la emoción… el momento.

The Cristal Towers eran garantía de fiesta. Cuando sonaba “Magic Carpet Ride” o “Born to Be Wild”, sabías que algo grande venía. Y cómo olvidar aquel ritual inolvidable: Tavo entrando al salón montado en su motocicleta, acelerando justo antes de que comenzara la canción. Eso no era solo música, era espectáculo. Y la raza lo esperaba con el corazón latiendo al ritmo de las bocinas.

Estaban también Los Temsy Boys y Los Cisnes, que nos llevaban de la mano por el rock y las baladas en español. Al puro estilo de Los Apson, repetían canciones porque el repertorio era corto… pero no importaba. Lo que importaba era el ambiente, la emoción de bailar, de vernos, de estar juntos. Porque esa era la magia: el pretexto era la música, pero el verdadero regalo era la convivencia.

Había bailes para todo: el del suéter, el de los novios, el de la coneja, el de debutantes. Y sí, uno solo por generación, no como ahora que hay tres en diciembre “porque así se usa”.

En aquellos tiempos, uno no buscaba figurar… buscaba compartir.

Fue una época que no volverá, pero que vive en quienes la gozamos con el alma. Piedras Negras no ofrecía lujos, pero sí algo más valioso: una comunidad viva, donde cada joven tenía el deseo genuino de mejorar, de hacer algo por su gente, por su familia, por su futuro.

Los que íbamos a esos bailes nos conocíamos todos. No había filtros, no hacía falta. Sabías de quién era cada hijo, cada primo, cada amigo. Todo era más cercano. Más humano. Más nuestro.

Hoy son otros tiempos. Las fiestas son diferentes, las dinámicas cambiaron. Nuestros hijos conviven con jóvenes que no siempre conocemos, y eso exige estar más atentos, más presentes. Hay peligros que antes no existían, o que no se veían con la misma claridad.

Y aun así, Piedras Negras resiste.

Sigue siendo esa linda frontera que ha librado batallas duras, que ha sabido adaptarse, crecer, y mantener su esencia: una ciudad limpia, segura, trabajadora… con el corazón en alto y la mirada firme hacia el futuro.

¡Que viva Piedras Negras, mi linda frontera!

La de ayer, la de hoy, la de siempre.

Donde los recuerdos bailan al son de la nostalgia, y la amistad se canta como se cantaban las viejas canciones: con fuerza, con alegría… y con el alma.


5 de junio de 2025

Tina y Nina: el susurro que dejó la ausencia.

Cuando dejé mi casa a principios de los años 70 para salir a estudiar, mi equipaje era sencillo: algo de ropa, muchas ilusiones… y una colcha. No era cualquier colcha. Era el abrigo silencioso de dos almas que me amaron sin pronunciar palabra. Tina y Nina, mis tías abuelas, la habían tejido con manos pacientes, entre hilos de lana virgen y retazos de tela en azules, celestes, blancos y negros. La colcha me acompañó en noches frías en Saltillo, en madrugadas de soledad en Guadalajara, en tardes de descanso que se arrastraban pesadas, como si el tiempo supiera que yo las extrañaba.

Esa colcha no era un objeto. Era un abrazo. Era su manera de seguir conmigo sin estar. Estoy convencido de que cuando la confeccionaban, sabían —de alguna forma que solo las almas buenas conocen— que esa tela sería el puente entre ellas y yo.

Tina y Nina no necesitaban palabras. Su lenguaje era más profundo. Era el brillo en sus ojos, la ternura en sus gestos, la risa llena de luz que estallaba en su rostro con solo vernos entrar. No hablaban, pero decían tanto. No reían en voz alta, pero su alegría llenaba la casa de mi abuela como un canto callado, como un eco de algo más puro que la música.

Sus manos, pequeñas y suaves, parecían alas de mariposa que tejían dulzura en el aire. Sus miradas sabían encontrar la nuestra y, con solo eso, todo se volvía más leve. Eran esas personas raras que hacen el bien sin proponérselo, que dejan huella sin alardes, que dan amor sin que se les pida.

Dios debe tenerles un lugar especial. No puede ser de otra forma. Vinieron a este mundo a darnos un poco de su luz, de su bondad sencilla, de su alegría sin ruido. Fueron —y seguirán siendo— ángeles entre nosotros.

Ahora que Nina ha partido, siento que el camino que le espera no es largo. Tina y mi abuelita la esperan allá arriba, con los brazos abiertos, con la casa lista, con el silencio hermoso de las almas que se entienden sin hablar.

No será largo su camino, porque, de algún modo que el corazón entiende mejor que la razón…ella ya estaba ahí desde antes de irse.


V. Javier Zacarías G.


2 de junio de 2025

Rendición de Cuentas o Espectáculo Mediático?

Las conferencias matutinas del presidente municipal de Piedras Negras, inspiradas en el modelo federal de comunicación directa con el pueblo, han sido pensadas como un ejercicio de transparencia y rendición de cuentas. Sin embargo, en la práctica, estas “mañaneras” se han transformado en un verdadero espectáculo, protagonizado no solo por el edil y su equipo, sino por un grupo reducido de periodistas que, lejos de buscar información útil para la ciudadanía, aprovechan el espacio para protagonizar confrontaciones vacías y ataques personales.

Estos comunicadores, más interesados en generar polémica que en informar, han convertido un espacio institucional en una especie de circo mediático. Ya no es raro ver cómo las redes sociales se inundan con extractos editados o sacados de contexto, diseñados no para informar, sino para ridiculizar o desacreditar al presidente municipal. Lo más grave es que esta práctica, cada vez más frecuente, afecta la calidad del diálogo público y entorpece el propósito fundamental de estos encuentros: comunicar avances, decisiones y acciones del gobierno local.

Es preocupante que la ciudadanía, en lugar de concentrarse en los informes de los jefes de departamento o en los temas que afectan directamente a la comunidad, esté cada vez más atenta a las discusiones bizarras y poco sustanciosas entre el alcalde y ciertos representantes de medios. Muchos ya lo ven como entretenimiento, como un espectáculo de confrontación que lejos está de aportar valor a la vida pública de Piedras Negras.

Esto no debería seguir ocurriendo.

El presidente municipal, en su calidad de moderador y figura principal en estas reuniones, tiene la responsabilidad de poner orden. No se trata de censurar a la prensa —un principio que debe ser intocable en cualquier democracia—, pero sí de exigir profesionalismo y respeto por parte de quienes asisten como representantes de medios. La libertad de expresión no puede ser excusa para convertir un acto oficial en un espacio de grilla o revanchismo personal, mucho menos cuando el trasfondo es la molestia de algunos por no haber logrado “acuerdos” con la administración actual.

No sería desmedido que se revise quiénes realmente contribuyen al objetivo de estas conferencias y quiénes simplemente van a provocar, interrumpir y tergiversar. La ciudadanía merece una prensa crítica, sí, pero también ética y comprometida con la verdad. Lo contrario es perjudicial tanto para el gobierno municipal como para el ejercicio periodístico serio.

Hoy muchos ciudadanos están hartos de esos “periodistas del escándalo” que restan seriedad y entorpecen el trabajo de quienes sí buscan respuestas, sí investigan y sí cumplen con su labor social. Urge una reflexión sobre el papel que deben jugar los medios en estas mañaneras: ser puentes entre gobierno y sociedad, no protagonistas del caos.

Javier Zacarías.


30 de mayo de 2025

El tren de mi vida y su pasajero inolvidable

—“Si me dices dónde está la camioneta, nos regresamos ahorita mismo pa’llá, m’hijo”.

Desubicado en la inmensidad de la sierra coahuilense, volteaba a todos lados sin encontrar señal alguna del vehículo que nos había traído. Solo veía cerros, matorrales y cielo. “¡Te pica! Ahí está…”, insistía él. Pero nada. No la veía. La camioneta descansaba, paciente, en la falda de una loma altísima, oculta a simple vista, visible solo para ojos nacidos y hechos en el campo.

Como no logré distinguirla, seguimos caminando. Mi abuelo y yo, rumbo a lo más alto de la sierra, buscando una buena presa… y quizás, sin saberlo, también buscándonos el uno al otro en ese silencio inmenso que solo da el monte.

Nunca fue suficiente el tiempo para conocernos como queríamos. Nos separaba una distancia que iba más allá de los años: era el abismo entre su sabiduría curtida por el tiempo y mis pasos todavía inciertos. En algunos tramos él marchaba delante, firme, con su inseparable 30-06 al hombro; yo lo seguía con mi .22, que para mí era más castigo que arma, contrastando con mi cuerpo delgado y aquellas huleras o resorteras con las que solía jugar a la cacería en el monte detrás de la vieja Carta Blanca, donde hoy hay concreto y ruido.

Cuando el cansancio nos alcanzaba, nos sentábamos sobre alguna piedra, rodeados de silencio. Él miraba fijo al horizonte mientras me escuchaba. Yo hablaba de mi escuela, del fútbol, del béisbol, y él me ayudaba —sin decir mucho— a trazar los contornos de mi futuro. Aunque compartimos muchos momentos, hoy entiendo que nunca bastaron las pláticas, nunca alcanzaron los días. Pero sé que confiaba en que creceríamos guiados por buenos líderes y seríamos hombres de bien. En aquella quietud sagrada, saboreábamos su querido El Remolino. A dos horas de camino, el pueblo parecía estar ahí mismo, tan cerca, que juraría haber escuchado el rumor del agua corriendo por la atarjea.

Gente buena nació allí. Gente sencilla, de manos limpias y corazón grande, que aún recuerda con una sonrisa los días pasados.

De pronto, sin aviso, se levantó de un salto. Me ordenó en seco seguirlo, callados, porque intuía que los venados estaban cerca. Avanzó con cautela, tanteando cada paso, y cuando creyó que estábamos en rango, extendió la mano: “los binoculares”. Así, sin una palabra, se puso a revisar aquella pradera inmensa, como si examinara no solo al animal, sino el momento.

Allí estaban. A lo lejos, entre sombras y luz, se movían los venados. Con un gesto me indicó que los siguiéramos. Caminamos despacio, atentos. Él en silencio, escuchando mientras yo le contaba mis historias infantiles. A veces sonreía apenas, pero yo lo notaba. Me estaba disfrutando. Hoy lo entiendo. Sabía que su tiempo se agotaba y quería, como un buen abuelo, quedarse un poco más en el tren de mi vida, aunque fuera demorando la estación donde tendría que bajarse.

Y qué lugar eligió para hacerlo. En ese tren, mi pasajero tenía boleto de primera clase. Fue de esos personajes que se instalan en el alma y ahí se quedan. No hablaba mucho, pero su sola presencia llenaba el paisaje. Aunque no era común verlo reír, bastaba con tenerlo cerca para que la vida pesara menos.

De repente se detuvo. Se agachó y, con el dedo cruzando su boca, me ordenó guardar silencio. Se empujó el sombrero hacia atrás y, casi sin hacer ruido, se deslizó en cuclillas tras una roca que lo ocultaba. El viento nos favorecía. Estábamos en ventaja.

Con un ademán, me llamó. Me acerqué. Otro gesto, y entendí que debía quedarme quieto. Fue ahí, en ese instante, donde recibí mis primeras “riendas”. Me convertí en espectador privilegiado de una escena que nunca se podrá imprimir: mi abuelo, con su sombrero ladeado, recostado detrás de la roca, apuntando con su 30-06; yo a su lado, con los binoculares temblando en las manos, conteniendo la respiración.

Esa imagen me acompaña hasta hoy. Estoy seguro de que todo fue un montaje cuidadosamente planeado. Quiso regalarle a su nieto mayor un recuerdo imborrable… y lo logró, como todo lo que se proponía.

Cuando mi abuelo finalmente se bajó del tren de mi vida, lo hizo con la serenidad de los hombres que han cumplido su misión. Sin miedo, sin pendientes. Con la misma firmeza con la que caminaba delante de mí en la sierra.

Y yo, hasta el día de hoy, le agradezco.