Por: Javier Zacarías
He visto jugadores buenos, malos y peores… igualito que a los ampayers. La diferencia es que a los buenos jugadores se les aplaude, se les carga en hombros, se les invita a las carnes asadas. Pero a los ampayers… a esos ni las gracias les damos.
Parece que hay que esperar a que se nos muera uno para reconocerle algo: una placa, un minuto de silencio, una medalla entregada a la familia que tantas veces lo regañó por “andar perdiendo el tiempo ampayando”.
Dicen que cuando no notas al ampayer durante un juego, es porque hizo bien su trabajo. ¡Y vaya que es cierto! Pero aunque pasen desapercibidos, su labor es fundamental. Sin ellos, simplemente no hay juego. Y como a cualquier pelotero, también les hace falta reconocimiento.
Aquí en Piedras Negras, escasean los buenos ampayers no por falta de pasión, sino porque no hay condiciones: poca paga, cero respaldo y demasiados gritos. Solo los que traen necesidad… o traen el béisbol en la sangre, se animan a entrar al diamante a soportar el sol, el cansancio y, sobre todo, los insultos.
Porque hay que decirlo: abundan los que confunden el beisbol con un desahogo personal. No van a disfrutar el partido, van a gritarle al ampayer, a hacer sentir su frustración. Y ahí están ellos, firmes, soportando como verdaderos guardianes del juego.
Hace tiempo, en la final de veteranos en Eagle Pass, el buen Manito Mallen hizo tremendo trabajo detrás del plato. Claro, recibió reclamos de los dos lados (porque eso nunca falta), pero no influyó en el marcador. Allá la cosa es diferente: hay más disciplina, más respeto y también mejor paga.
En ese mismo juego hubo peloteros que fallaron en momentos clave —un mal tiro, un ponche con casa llena, un fildeo titubeante— y nadie les dijo nada. Al contrario: sus compañeros se acercaron, les dieron palmaditas y hasta abrazos. Pero que no se equivoque el ampayer, porque entonces sí: ¡que se agarre! Le cae encima toda la frustración acumulada entre semana.
Así no se puede.
Si queremos tener buenos ampayers en el softbol y el beisbol local, hay que apoyarlos, darles su lugar y pagarles lo justo. Eso les toca a todos: ligas, directivos, equipos y hasta los que venden las sodas. Porque si los nuevos prospectos ven cómo se les trata, ¿quién va a querer animarse a entrarle al ampayeo?
Hay que dignificar esa figura. Reconocerlos en vida, no sólo en la despedida. Aplaudir su trabajo cuando lo hacen bien, como a Mallen, y también entender que, como cualquier jugador, pueden equivocarse. Porque estar ahí, en el centro del diamante, ¡está canijo!
La próxima vez que un hombre de azul esté al frente de un juego, pónganse en su lugar. No son invisibles: son parte esencial del beisbol. Y aunque no reciban aplausos, merecen respeto.
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