Llegar a conseguir una buena convivencia en el matrimonio no es fácil. Requiere tiempo, esfuerzo y el ejercicio de muchas virtudes. Por ejemplo, el afán constante por entender las razones de mi esposo o esposa. Es muy importante aprender a ponerse en el lugar del otro. Yo no puedo pretender que todos piensen igual que yo. Es natural que haya diversas maneras de enfocar los problemas, diversas prioridades al momento de decidir.
Si yo aprendo a respetar la opinión de mi pareja, aunque yo opine exactamente lo contrario, habremos dado un gran paso hacia una buena convivencia. Este respeto es consideración hacia las razones que el otro pueda tener, es tolerancia, es dejar hablar. Se puede estar en desacuerdo, sin que eso signifique una batalla. Por el contrario, si no admito razones y pienso que mi opinión es la que debe prevalecer, vamos mal.
Debemos estar desprendidos de nuestra opinión. Saber ceder. No pasará nada. No exageremos.
La convivencia implica también saber estar junto al otro, no sólo externamente, sino internamente. Es tener en la cabeza sus preocupaciones, es hacerme con sus problemas. Es entender sus quejas y tratar de cambiar. Siempre se puede mejorar. Mi carácter no es inamovible. Es posible, y muchas veces un deber, limar y pulir aspectos de mi personalidad que entorpecen el trato cotidiano: reacciones fuertes de carácter, lenguaje vulgar, pérdida de autocontrol, tendencia a dramatizar, esquemas rígidos, susceptibilidad exagerada ante hechos banales o ante opiniones contrarias, desconsideración de las aficiones del otro.
Examinarme y ver qué aspectos de mi forma de ser pueden ser objeto de lucha y rectificación.
Hacer la casa habitable, llenándola de amor y comprensión. Siempre hay muchos puntos a cuidar, que parecen pequeños, pero que son la esencia de la convivencia: saber disculpar momentos malos, actuaciones desafortunadas, poner buena cara, sonreír cuando algo me molesta, tener visión positiva de los acontecimientos, sentido del humor.
Otro factor clave en la convivencia es el espíritu de servicio. En la vida cotidiana de un matrimonio hay mil ocasiones para hacer pequeños sacrificios por el otro: el programa de televisión al que renuncio, hacer esa gestión que no me provoca, acompañarlo o acompañarla estando cansados, renunciar a esa afición que tanto me ilusionaba, visitar a sus padres. Todo con generosidad y con amabilidad. He allí otro punto de lucha: qué tan amable soy con mi esposo o esposa. Qué detalles tengo con él o con ella. Puede ser un buen ejercicio contabilizarlos. Quizá nos topemos con sorpresas.
Un mar de paciencia. Esto es lo que aconsejaban los antiguos a los recién casados. No desesperar. La paciencia todo lo alcanza.
Por: Organización Familia Feliz