Ser Excelente es saber decir: Me equivoqué y proponerse no cometer el mismo error.
Existen seres humanos que acumulan sabiduría y otros, la mayoría, que acumulan estupidez; los primeros son aquellos que ante un fracaso se preguntan en qué se equivocaron y asimilan la lección para no volver a cometer el mismo error.
En cambio los segundos, son aquellos, que siempre le echan la culpa a los demás, su fracaso fue producido por otros y nunca por ellos mismos.
El doctor Edward Deming, considerado el padre del milagro japonés, en los años de 1950 fue a enseñar a ese pueblo el control estadístico de la calidad -actualmente la máxima presea que se otorga en esa nación a la empresa más destacada, es precisamente el premio Deming a la calidad-, establecía una regla fundamental: de cien por ciento de las fallas que se dan en un departamento o en una empresa, 85 por ciento corresponde al líder del área y 15 por ciento al subordinado. Resulta ciertamente doloroso que como líder yo sea el máximo responsable de las fallas en mi departamento o empresa, y más doloroso resulta a nivel familiar y peor aún a nivel nación, en la que nuestros dirigentes, son los principales responsables de los actuales problemas; en cambio, qué cómodo resulta echarle la culpa a los demás.
El líder que humilla, desprecia o maltrata a sus subordinados (y esto es aplicable tanto a nivel familiar, empresarial o gubernamental), finca lo que se denomina "cuentas por cobrar", que tarde o temprano, el humillado se cobrará, ya sea desquitándose con el producto o creando algún malestar a su líder, para darle en reciprocidad el maltrato recibido. A través de veinte años de entrevistar líderes, en muy diversos países, me resulta curioso que los líderes de Excelencia no me hablan de poder o de carisma, sino que el común denominador que he podido identificar es que todos ellos son aprendices por Excelencia, tienen la rara habilidad de dejarse enseñar, y lo que es más curioso aún, permanentemente están aprendiendo de ellos mismos, de sus propios errores, a grado tal que después de cada error, resurgen con mayor seguridad en ellos mismos, por su sabiduría adquirida en la última experiencia.
El precepto bíblico es muy claro al respecto, "corrige al sabio y se hará más sabio, corrige al necio y te lo echarás de enemigo".
El ser excelente está alerta permanentemente para aprender de sí mismo, tanto cuando tiene éxito, como cuando fracasa, pues está convencido de que para ser triunfador no se requiere que exista un derrotado, pues para él la máxima conquista a la que se puede aspirar es a la conquista de sí mismo, y hace crecer permanentemente su ser, sabe que él es el principal responsable de sus aciertos y fracasos, y está convencido de que cada fracaso le permite surgir con mayor sabiduría y seguridad.
Miguel Ángel Cornejo
Existen seres humanos que acumulan sabiduría y otros, la mayoría, que acumulan estupidez; los primeros son aquellos que ante un fracaso se preguntan en qué se equivocaron y asimilan la lección para no volver a cometer el mismo error.
En cambio los segundos, son aquellos, que siempre le echan la culpa a los demás, su fracaso fue producido por otros y nunca por ellos mismos.
El doctor Edward Deming, considerado el padre del milagro japonés, en los años de 1950 fue a enseñar a ese pueblo el control estadístico de la calidad -actualmente la máxima presea que se otorga en esa nación a la empresa más destacada, es precisamente el premio Deming a la calidad-, establecía una regla fundamental: de cien por ciento de las fallas que se dan en un departamento o en una empresa, 85 por ciento corresponde al líder del área y 15 por ciento al subordinado. Resulta ciertamente doloroso que como líder yo sea el máximo responsable de las fallas en mi departamento o empresa, y más doloroso resulta a nivel familiar y peor aún a nivel nación, en la que nuestros dirigentes, son los principales responsables de los actuales problemas; en cambio, qué cómodo resulta echarle la culpa a los demás.
El líder que humilla, desprecia o maltrata a sus subordinados (y esto es aplicable tanto a nivel familiar, empresarial o gubernamental), finca lo que se denomina "cuentas por cobrar", que tarde o temprano, el humillado se cobrará, ya sea desquitándose con el producto o creando algún malestar a su líder, para darle en reciprocidad el maltrato recibido. A través de veinte años de entrevistar líderes, en muy diversos países, me resulta curioso que los líderes de Excelencia no me hablan de poder o de carisma, sino que el común denominador que he podido identificar es que todos ellos son aprendices por Excelencia, tienen la rara habilidad de dejarse enseñar, y lo que es más curioso aún, permanentemente están aprendiendo de ellos mismos, de sus propios errores, a grado tal que después de cada error, resurgen con mayor seguridad en ellos mismos, por su sabiduría adquirida en la última experiencia.
El precepto bíblico es muy claro al respecto, "corrige al sabio y se hará más sabio, corrige al necio y te lo echarás de enemigo".
El ser excelente está alerta permanentemente para aprender de sí mismo, tanto cuando tiene éxito, como cuando fracasa, pues está convencido de que para ser triunfador no se requiere que exista un derrotado, pues para él la máxima conquista a la que se puede aspirar es a la conquista de sí mismo, y hace crecer permanentemente su ser, sabe que él es el principal responsable de sus aciertos y fracasos, y está convencido de que cada fracaso le permite surgir con mayor sabiduría y seguridad.
Miguel Ángel Cornejo