14 de septiembre de 2007

La Caceria...


“Si me dices donde esta la camioneta, nos regresamos ahorita mismo para allá m´hijo”. Yo desubicado en la inmensidad de la sierra coahuilense volteaba para todos lados y no alcanzaba a ver el vehiculo que nos había llevado a dejar sal a las vacas y aprovechar para pasar dos días en la cacería de venado. Te pica!, ahí esta!....y nada, no la veía. La camioneta estaba en la falda de una altísima loma de la sierra que para verla se necesitaban la experiencia de los ojos de la gente de campo. Como no lo logré, mi abuelo y yo continuamos la caminata por las partes mas altas de la sierra buscando una buena presa aprovechando ese gran espacio de tranquilidad para conocernos mejor.

Nunca fue suficiente el tiempo para hacerlo porque la diferencia de edad era mucha, la misma diferencia abismal de la responsabilidad que teníamos. En algunos trayectos el iba delante de mi con su inseparable 30-06 mientras que yo lo seguía con la que para mi era un suplicio, una pesada .22 que contrastaba con mi cuerpo y las armas que hasta esa edad yo había portado llámense hulera, onda o resortera cuando íbamos de "cacería" de pájaros a lo que en ese entonces era un gran monte atrás de la Carta Blanca, entre lo que hoy es la Macro Plaza y el Circulo Social, .

Después de caminar otro largo trayecto nos sentábamos en alguna piedra para descansar y contemplar aquella dulce soledad mientras el escuchaba atentamente con la mirada fija en el horizonte y ayudándome a tejer mi futuro. Aunque muchas veces estuvimos juntos, nunca fueron suficiente las platicas entre nosotros, pero se que el tenia la confianza que creceríamos transformados en buenos hombres guiados por muy buenos lideres. En aquella excelente quietud saboreábamos su querido El Remolino. El pueblo estaba a dos horas de distancia, pero lo sentíamos tan cerca de nosotros que escuchábamos el ruido del agua al pasar por la atarjea. Gente muy buena nació allí, gente sencilla y sana que siempre recuerda con alegría las épocas pasadas.

De un salto y sin avisar se levanta y me instruye secamente a que continuemos el camino, callados, sin hacer ruido porque intuye que los venados están cerca. Camina delante de mi pausadamente y con cuidado hasta que se asegura que los venados están un poco mas lejos. Con unas señas me instruye; “dame los binoculares” y así pausadamente, se pone a revisar la espectacular pradera. A lo lejos divisa a los venados y con el dedo índice sin decir una sola palabra me ordena para que caminemos hacia ese lugar.
Con tranquilidad pero atentos caminamos hacia donde estaban los astutos animales. Mientras lo hacíamos el iba callado y poniendo atención a lo que yo le platicaba de mis aventuras en la escuela primaria y de los partidos de futbol y béisbol que yo jugaba. Algunas veces me daba cuenta que sonreía  Me iba disfrutando, ahora lo comprendo. Sabia que el camino de su vida no duraría mucho y deseaba permanecer lo mas que pudiera en el tren de mi vida retrasando con esos preciosos momentos la estación donde habría de bajarse.

En ese tren, mi pasajero compro boleto VIP. Fueron de esos personajes que se quedan grabados dulcemente en nuestro ser y aunque el diálogo no era precisamente su especialidad, su presencia me imponía agradablemente. Aunque pocas veces lo vi sonreír, me alegro la vida mientras estaba presente.

De repente paro de caminar. Se agacho y con el dedo índice cruzando su boca me instruyo a que me callara y que continuara así hasta que él me lo indicara. Que tormento!. Se hizo para atrás su sombrero y sigilosamente, en cuclillas, fue acercándose a una piedra que lo ocultaba de los venados. El viento daba en la cara, así que estábamos en una posición de ventaja para cazar al animal. Con un ademán, me invito a acercarme y con otro a mantenerme callado y sin hacer ruido (ahí fueron mis primeras riendas) y me dispuse a contemplar el espectáculo.

Esa fotografía no se imprime. La imagen de mi abuelo con su sombrero echado hacia atrás, tras una gran roca tirado en el suelo apuntando con su 30-06 hacia el venado y yo a un lado de él con los binoculares, es una escena imborrable para mi.
Fue un dulce montaje, estoy seguro. Toda esa aventura la planeo para que fuera imborrable para su nieto mayor y lo logro como todo lo que se proponía.

Cuando mi abuelo se bajo del tren de mi vida en aquella estación, lo hizo con la serenidad y la determinación que lo caracterizaba. Iba seguro de que había cumplido su misión en la vida y se lo agradezco.

Nos vemos…

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