22 de abril de 2009

Angel de la Guarda


Uno quisiera que nuestros hijos fueran por la vida rodeados por ángeles cuando están lejos de casa. Que con toda la gente que tuvieran que tratar fuera gente de buena fe y de buenas intenciones. Que toda actividad que desarrollaran tuvieran los riesgos normales de cualquier persona y que si se equivocan paguen las consecuencias normales de sus errores y así fueran adquiriendo la experiencia necesaria.

Pero en esta época no es así. Las calles, los lugares que frecuentan los muchachos, e inclusive sus propias escuelas, están llenas de peligro y no únicamente por personas adultas que buscan aprovecharse de su inocencia, sino también por sujetos de su misma edad que buscan hacerles daño. En la actualidad es común ver que cualquier muchachito baboso porta armas o anda drogado a cualquier hora del día, multiplicándose así el riesgo para nuestros chamacos.

Cuantas noticias hemos leído o visto en la televisión de las horribles escenas en escuelas donde un mequetrefe enfermo saca un arma y acaba con la vida de decenas de alumnos. Cuantos mails nos llegan de las tragedias que algunas niñas sufren en los antros a manos de gente sin escrúpulos. A cuantas platicas hemos asistido donde algún consejero familiar nos reprende dándonos hechos y datos de lo que se está viviendo en nuestra sociedad con los muchachos. Y con todo eso, no recapacitamos y metemos a buena hora a nuestros hijos y aplicamos en nuestro hogar reglas estrictas. Que necesitamos que suceda para tomar cartas en el asunto y no dar a manos llenas lo que nuestros hijos nos piden y algunas veces, hasta nos exigen.

Desgraciadamente, en nuestra ciudad la única diversión que se ofrece para los jóvenes y para algunos no tanto, son cantinas camuflageadas de antros. No existe inversión particular de otra especie que no sean bares o antros de todo estilo ya sea de música grupera o rockera y donde se concentran los jóvenes de nuestra ciudad a convivir y divertirse en un ambiente donde pulula el peligro, para luego salir a las calles, donde nuestros policías son simples observadores y lo que menos hacen es cuidar el orden y la seguridad. Los jovencitos de Eagle Pass que por su edad no pueden tomar o meterse a una cantina en su país se vienen a nuestra ciudad a divertirse en esos lugares porque simple y sencillamente, nuestras autoridades permiten que se les vendan bebidas alcohólicas y el acceso a lugares donde hay toda clase de vicios. ¿Porque no lo hacen allá en su país? Pues porque si lo hicieran, las multas para sus padres son altísimas y no se diga las penalizaciones para los negocios que se les ocurrieran venden bebidas alcohólicas. Acá en nuestra ciudad nadie les dice nada. Acá en nuestra ciudad a los menores se les espera en los antros, con las puertas abiertas.

Uno no quiere tener a los hijos en una burbuja y lo que menos debemos hacer es voltear para otro lado del problema. Quisiéramos que nuestros hijos tuvieran espacios suficientes para divertirse sanamente en nuestra ciudad y que su trayecto a casa fuera seguro. Pero como todo, la solución no es exclusiva de las autoridades. Somos nosotros, los padres de familia los que debemos hacer lo mas importante.

El día de ayer, un día antes de cumplir sus 21 años, una de mis hijas iba en su carro rumbo a su escuela con el comprensible apuro del estudiante. No había recorrido 200 metros cuando un policía la detuvo y procedió a levantarle la infracción. De nada sirvieron las suplicas de mi hija rogándole que no la infraccionara ya que su record esta limpio de multas y que le perjudicaria en su seguro. Sin piedad alguna, el serio policía registro los datos y le levanto la infracción sin decirle una sola palabra. Le extendió la boleta, prendió su motocicleta y se retiro del lugar dejando a mi hija sumida en su juvenil tristeza. Ahí se quedo unos minutos rumiando su mala suerte y secándose las lagrimas de frustración y culpa cuando de pronto tocaron al vidrio de su carro. Era el policía que la había infraccionado. Le entrego la boleta y le llamo la atención recomendándole que bajara la velocidad al conducir, que nada bueno traía a una jovencita conducir a exceso de velocidad y que los primeros que iban a agradecerle esa recomendación seriamos nosotros, sus padres. Ese día, ese policía fue su ángel de la guarda. Ojala m’hija tenga muchos de esos en su vida.

Nos Vemos…

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