La inspiración…
La inspiración es muy celosa. No se le puede exigir, ni se le puede llamar por capricho. Llega cuando quiere, a su hora… o a deshoras. A veces brota de una tristeza que nos ronda el alma, otras de una alegría inesperada. También hay quien la provoca con unos buenos tragos de tequila, con unas cervezas entre amigos, o en una tarde tranquila, soleada, a la orilla del río, viendo correr el agua y tentando a los peces. Pero aun así, la inspiración es terca, refunfuñona, y solo se deja ver cuando le nace.
Todos la quieren, la añoran, la buscan, la celebran… pero pocos la valoran de verdad. Porque la inspiración, cuando llega, no siempre avisa, y muchos la dejan pasar, distraídos o sin ganas de escribir o decir o cantar lo que sienten. Es un tesoro, y quien la recibe con frecuencia es, sin duda, una persona afortunada.
En mi caso, ha habido temporadas enteras —años incluso— en los que he querido escribir, pero solo me salían tonterías, cosas sin sentido. Luego las releo y hasta vergüenza me da. Hace días le comente en un mensaje a mi estimado amigo Francisco Orozco que cuando le brotara un recuerdo, lo escribiera así, sin adornos, como cuando uno hacía la lista del mandado. Que no esperara a estar inspirado, que lo dejara ahí, en papel o en su libreta, para que cuando la inspiración regresara, pudiera tomar esas notas y darles forma.
Hay quien prefiere grabar su voz, otros dibujan, otros guardan silencios… cada quien tiene su manera. A mí me gusta escribir. A veces, me salen las cosas y las plasmo en una servilleta, sin querer, y sin pensarlo mucho. Cuando me llega un recuerdo, lo anoto en el celular, en una hoja suelta, o en cualquier rincón donde pueda atraparlo antes de que se escape.
Hay veces que a la inspiración la busco y no la encuentro así como hay veces que sin buscarla, llega inesperadamente… y la abrazo.
A veces me río de las cosas que recuerdo —de mi niñez, de mis padres, de los hermanos, de mis amigos y de nuestras travesuras— las escribo en donde este o por donde vaya, estaciono mi camioneta y las dejo ahí, sin correcciones, sin adornos. Luego, cuando la inspiración decide volver, las releo y les doy forma. Solo entonces me animo a compartirlas, porque ya las siento completas, ya me dicen algo.
La inspiración, como les digo, es celosa. Pero hay que saber tratarla bien, darle su espacio y su cariño. Algunos la alimentan con agradecimiento; otros, con una copa de vino, un buen queso o una charla sincera. Lo importante es mantenerla viva, que no se sienta olvidada. Porque cuando ella quiere… nos regala pedacitos del alma convertidos en palabras.
Javier Zacarias
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