El rancho de mi tío Mando fue siempre la sede oficial de la pesca de Semana Santa de "Las Cobras". Así lo acostumbrábamos año tras año cuando vivia entre nosotros el Lic. Rafael Aguirre, quien junto con Pepe Esparza organizaban el acostumbrado evento con juvenil ahínco desde principios de año y a donde asistíamos los que formamos parte del equipo de softbol, porra e invitados. Las evidencias fotografías son bastas y en las cuales se pueden observar a todos los que tuvimos la oportunidad de convivir cada jueves de la Semana Mayor.
A primera hora de la mañana de ese dia yo pasaba por Pepe Esparza y le hablábamos por teléfono al Lic. Aguirre para que se levantara. Lo esperábamos en los tacos de frente a Merco (recomendados). Ahí era el punto de reunión donde llegaba el gordo con un hambre de niño de hospicio y poco más tarde arribaba al recinto Victor "Zurdo" Pérez quien no cantaba tan mal las rancheras. Después de alimentar a los angelitos procedíamos a comprar algunos productos que nos pudieran haber faltado, el hielo y la cerveza. Todo lo demás ya lo habían adquirido con sorprendente organización Pepe y el Gordo. Como a eso de las 9 de la mañana los que habían llegado a la cita tomábamos el callejón a Zaragoza rumbo al Rancho El Feo y en ese preciso momento, nosotros ya andábamos de pesca!. Antes de llegar al rancho de Pancho Jiménez, o sea, a 300 metros del Boulevard República se escuchaba la tímida voz de Pepe Esparza decir “en alguna parte del mundo ya son las 12 del día Flaco, parateeee por favooor” y ante su suplica deteniamos a toda la caravana y abríamos en el callejón la primera cerveza del día… sacrilegio de las 9 de la mañana!. Así iniciaba siempre la pesca de Las Cobras.
Durante el trayecto al rancho nos parábamos unas 5 veces por diferentes motivos. Tanques chicos, recarga de combustible, estirar las piernas o contar el chisme mas reciente del ambiente deportivo nigropetence. Después de una hora de camino cuando lo normal era hacer 20 minutos de recorrido llegábamos a la puerta del rancho de mi tío. Ahí hacíamos otro descanso. El del séptimo inning diría mi compadre Fello. En ese descanso conciliábamos todas las noticias que en los otros vehículos se contaban y aprovechábamos para recobrar la energía derrochada durante el trayecto. Dejábamos la llave en el escondite secreto para los amigos que vendrían después y nos introducíamos al rancho dejando señalizaciones en las ramas de los árboles para que no se perdieran.
Llegando a la orilla del Rio, bajo las sombras de los nogales empezábamos a bajar todo. El Gordo tomaba su lugar en la mesa de concreto que estaba enseguida del asador a dos metros del rio bajo la sombra del nogal y de ahí no se movería durante el resto del día y dándonos ordenes cual general de 5 estrellas a su tropa. Pon las cosas aquí, quítame esto de acá, limpia esto, acomoda aquello, vayan a traer leña, tráeme una cerveza y su legión atendiéndolo. Se lo merecía mi Gordo. Cada semana batallaba mucho con nosotros. Por cierto. La legión de semana santa estaba conformada por el Lic. Rafael Aguirre, Pepe Esparza, Víctor Pérez, Chale Flores, Lio Flores, Fello Fernández, Mario Tafoya, Sebastian Villanueva, Cesar Rodríguez y un servidor incrementándose durante el día con la llegada de invitados e invitados de invitados llegando a formar un grupo compacto y jacarandoso y donde bajo el humo de la carnes asada, mollejas y salsas se entonaban las canciones vernáculas más sonadas de la radio.
Por la tarde nos dábamos cuenta que habíamos hecho de todo pero no habíamos pescado. Así que para cubrir el requisito procedíamos a abrir las cajitas de carnadas, no sea que a nuestras mujeres se les haya ocurrido dejar algún recadito en su interior y nos dirigíamos a alguno de los bellos parajes del rio para lanzar nuestros anzuelos. El Gordo, insisto, no se movía de su lugar. Hasta allá teníamos que llevar nuestras presas para que le diera trámite de pelarlos y prepararlos al sartén.
Nos aislábamos del ruido por un rato. Mi compadre Fello y yo nos fuimos rio abajo a unos 50 metros del campamento y escogimos un lugar bajo la sombra de un mezquite y en donde había muchas ramas en el rio. Según los especialistas, lugar ideal para los robalos. No tarde mucho en sacar el primer pescado de buen tamaño y al rato otros más los cuales puse en una cuerda al rio. Fello disfrutaba el momento degustando ambos unas frías cervezas que cargábamos en una hielera estratégicamente acomodadas por mi compadre. La quietud era envidiable. De pronto…unas voces a lo lejos callaron al silencio. Como mi compadre no tiene con que fue el primero en escucharlos. Nos volteamos a ver incrédulos porque creíamos reconocer las voces, pero no podía ser, estábamos muy lejos de Piedras Negras como para encontrarte con amigos. Sin hacer ruido dejamos las cañas de pescar y los utensilios y nos dirigimos hacia donde se escuchaban las voces. Poco a poco mientras nos acercábamos se iba oyendo más claro. Si, había alguien más de aquel lado del rio. A los pocos metros de recorrido y nosotros escondiéndonos detrás de los arbustos los vimos. En una balsa de hule a mitad del rio andaban Secundino y Remi sin saber qué hacer con los remos ante la burla de la gente del Tripoli, quienes habían hecho un campamento en un rancho vecino al de mi tio Mando. La casualidad había hecho que los campamentos de pesca de los equipos que mas quise en mi época de deportista, estuvieran a metros de distancia. Nos juntamos un rato a convivir con ellos y a disfrutar como siempre nuestra bonita amistad.
Así pasábamos Las Cobras los jueves de semana santa. En completa armonía y en una sana diversión entre amigos.
Nos vemos…
1 comentario:
que bonitos recuerdos, para que nos entiendas a los de la 3a. edad (xq tu eres de la 1a. o de la 2a.)me gusta ese sentimiento de amistad que siempre expresas.- Saludos a mi 1er. sobrino. TQM.- Tia Armida
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