¡Pásame el Carlosi Benito!...y todos buscaban en los ojos del de a lado el significado de mi solicitud. Benito Marquez volteaba para todos lados clamando ayuda divina, y ante el caso omiso a mi insistente suplica tuve que levantarme por la botella de Brandy que estaba del otro lado de la fogata que estratégicamente habíamos instalado al centro del nutrido grupo de amigos, no sin antes dirigirle, sin misericordia alguna, la furiosa mirada # 5. Al izar la elegante botella y verter su contenido a mi vacio recipiente con un ágil movimiento de muñeca digno de Dereck Jetter, todos comprendieron la razón de mi referencia y lidereados por Rolando Enriquez al unísono me gritaron, CARLOS I wey!! Manifiesto mi desconocimiento total del brebaje de marras. Mi gusto por el brandy no es tal por lo que acuso el hecho a la inigualable penumbra de la noche y la tranquila iluminación que proporciona una fogata en la Sierra de Muzquiz Coahuila. Por ese motivo no distinguía claramente el espacio entre la S y la I y porque en mi vida había visto una botella con esa marca y mucho menos degustarla. Por eso mi error de lectura que ha ocasionado la burla constante y que he de llevar a cuestas el resto de mi vida.
El causante fue Oscar de los Santos. Nomas a él se le ocurrió llevar ese tipo de brebajes a un lugar donde acostumbrábamos a tomar bebidas de calidad como wiskey, el Don Julio y la ahora nigropetence Corona. Muy en mi interior, porque nunca se lo he dicho a nadie (ni lo diré), siempre he sospechado que se la dieron de pilón cuando compro en Soriana el mandado que le toco llevar a la cacería. La botella no la quería bajar de la troca y los asistentes ingenuamente pensaron que era por lo caro de la botella, pero la realidad es que era por la vergüenza o el peligro de envenenamiento en masa. Carlosi o Carlos I el brandy sabía a rayos…. pero se acabo.
Esas anécdotas son las que dan vida constante a una época de añorada amistad.
Solíamos preparar la cacería todo el año recordando los pasajes de la anterior y proyectando la futura. Nunca teníamos el lugar seguro a donde ir a tirar balas por doquier, pero si teníamos la seguridad de que saldríamos juntos y disfrutar nuestra amistad. Los recuerdos brotan fluidos de la memoria de cualquiera de los que íbamos a esos paseos cuando nos juntamos y si no es la del Carlosi, es la del gallo carnívoro, la del gato alambrista, la del aguililla grosera o la del que se atasco en el arroyo seco. Siempre había algo que contar de las cacerías cuando nos juntábamos en el ranchito de Reynold o con Ángel Garza y esperábamos ansiosos la llegada del jueves para convivir los 14 convertidos a 10. Mi presencia ya no es física en esa reunión, pero los recuerdos los llevo como llevaba los aplausos José Alfredo Jiménez.
Nos Vemos…
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