
El causante fue Oscar de los Santos. Nomas a él se le ocurrió llevar ese tipo de brebajes a un lugar donde acostumbrábamos a tomar bebidas de calidad como wiskey, el Don Julio y la ahora nigropetence Corona. Muy en mi interior, porque nunca se lo he dicho a nadie (ni lo diré), siempre he sospechado que se la dieron de pilón cuando compro en Soriana el mandado que le toco llevar a la cacería. La botella no la quería bajar de la troca y los asistentes ingenuamente pensaron que era por lo caro de la botella, pero la realidad es que era por la vergüenza o el peligro de envenenamiento en masa. Carlosi o Carlos I el brandy sabía a rayos…. pero se acabo.
Esas anécdotas son las que dan vida constante a una época de añorada amistad.
Solíamos preparar la cacería todo el año recordando los pasajes de la anterior y proyectando la futura. Nunca teníamos el lugar seguro a donde ir a tirar balas por doquier, pero si teníamos la seguridad de que saldríamos juntos y disfrutar nuestra amistad. Los recuerdos brotan fluidos de la memoria de cualquiera de los que íbamos a esos paseos cuando nos juntamos y si no es la del Carlosi, es la del gallo carnívoro, la del gato alambrista, la del aguililla grosera o la del que se atasco en el arroyo seco. Siempre había algo que contar de las cacerías cuando nos juntábamos en el ranchito de Reynold o con Ángel Garza y esperábamos ansiosos la llegada del jueves para convivir los 14 convertidos a 10. Mi presencia ya no es física en esa reunión, pero los recuerdos los llevo como llevaba los aplausos José Alfredo Jiménez.
Nos Vemos…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario