5 de junio de 2025

Tina y Nina: el susurro que dejó la ausencia.

Cuando dejé mi casa a principios de los años 70 para salir a estudiar, mi equipaje era sencillo: algo de ropa, muchas ilusiones… y una colcha. No era cualquier colcha. Era el abrigo silencioso de dos almas que me amaron sin pronunciar palabra. Tina y Nina, mis tías abuelas, la habían tejido con manos pacientes, entre hilos de lana virgen y retazos de tela en azules, celestes, blancos y negros. La colcha me acompañó en noches frías en Saltillo, en madrugadas de soledad en Guadalajara, en tardes de descanso que se arrastraban pesadas, como si el tiempo supiera que yo las extrañaba.

Esa colcha no era un objeto. Era un abrazo. Era su manera de seguir conmigo sin estar. Estoy convencido de que cuando la confeccionaban, sabían —de alguna forma que solo las almas buenas conocen— que esa tela sería el puente entre ellas y yo.

Tina y Nina no necesitaban palabras. Su lenguaje era más profundo. Era el brillo en sus ojos, la ternura en sus gestos, la risa llena de luz que estallaba en su rostro con solo vernos entrar. No hablaban, pero decían tanto. No reían en voz alta, pero su alegría llenaba la casa de mi abuela como un canto callado, como un eco de algo más puro que la música.

Sus manos, pequeñas y suaves, parecían alas de mariposa que tejían dulzura en el aire. Sus miradas sabían encontrar la nuestra y, con solo eso, todo se volvía más leve. Eran esas personas raras que hacen el bien sin proponérselo, que dejan huella sin alardes, que dan amor sin que se les pida.

Dios debe tenerles un lugar especial. No puede ser de otra forma. Vinieron a este mundo a darnos un poco de su luz, de su bondad sencilla, de su alegría sin ruido. Fueron —y seguirán siendo— ángeles entre nosotros.

Ahora que Nina ha partido, siento que el camino que le espera no es largo. Tina y mi abuelita la esperan allá arriba, con los brazos abiertos, con la casa lista, con el silencio hermoso de las almas que se entienden sin hablar.

No será largo su camino, porque, de algún modo que el corazón entiende mejor que la razón…ella ya estaba ahí desde antes de irse.


V. Javier Zacarías G.


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