Crónica nostálgica de un tiempo que no se olvida
Qué tiempos aquellos…
Cuando bastaba una canción para encender la noche, cuando los acordes de una guitarra llenaban el alma y las pistas de baile eran territorio sagrado de nuestra juventud. Eran los días en que las canciones que hablaban de nuestro pueblo no eran fondo, sino protagonistas. Se escuchaban en cada fiesta, en cada esquina, en cada rincón donde hubiera una bocina y un corazón dispuesto a soñar.
A finales de los 60’s y principios de los 70’s, Piedras Negras era un escenario sin telón, donde los grupos locales le daban vida a la noche con pasión y valentía. Muchos no sabían inglés, pero eso no los detenía. ¿La letra? Se la inventaban al vuelo, y lo hacían con tanto carisma que nadie notaba la diferencia (y si la notábamos, nos valía). Lo importante era el ritmo, la emoción… el momento.
The Cristal Towers eran garantía de fiesta. Cuando sonaba “Magic Carpet Ride” o “Born to Be Wild”, sabías que algo grande venía. Y cómo olvidar aquel ritual inolvidable: Tavo entrando al salón montado en su motocicleta, acelerando justo antes de que comenzara la canción. Eso no era solo música, era espectáculo. Y la raza lo esperaba con el corazón latiendo al ritmo de las bocinas.
Estaban también Los Temsy Boys y Los Cisnes, que nos llevaban de la mano por el rock y las baladas en español. Al puro estilo de Los Apson, repetían canciones porque el repertorio era corto… pero no importaba. Lo que importaba era el ambiente, la emoción de bailar, de vernos, de estar juntos. Porque esa era la magia: el pretexto era la música, pero el verdadero regalo era la convivencia.
Había bailes para todo: el del suéter, el de los novios, el de la coneja, el de debutantes. Y sí, uno solo por generación, no como ahora que hay tres en diciembre “porque así se usa”.
En aquellos tiempos, uno no buscaba figurar… buscaba compartir.
Fue una época que no volverá, pero que vive en quienes la gozamos con el alma. Piedras Negras no ofrecía lujos, pero sí algo más valioso: una comunidad viva, donde cada joven tenía el deseo genuino de mejorar, de hacer algo por su gente, por su familia, por su futuro.
Los que íbamos a esos bailes nos conocíamos todos. No había filtros, no hacía falta. Sabías de quién era cada hijo, cada primo, cada amigo. Todo era más cercano. Más humano. Más nuestro.
Hoy son otros tiempos. Las fiestas son diferentes, las dinámicas cambiaron. Nuestros hijos conviven con jóvenes que no siempre conocemos, y eso exige estar más atentos, más presentes. Hay peligros que antes no existían, o que no se veían con la misma claridad.
Y aun así, Piedras Negras resiste.
Sigue siendo esa linda frontera que ha librado batallas duras, que ha sabido adaptarse, crecer, y mantener su esencia: una ciudad limpia, segura, trabajadora… con el corazón en alto y la mirada firme hacia el futuro.
¡Que viva Piedras Negras, mi linda frontera!
La de ayer, la de hoy, la de siempre.
Donde los recuerdos bailan al son de la nostalgia, y la amistad se canta como se cantaban las viejas canciones: con fuerza, con alegría… y con el alma.
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