¡Pasas por mí temprano para ir a las prácticas al estadio Flaco!, me gritaba el Polaco desde su bicicleta cuando raudo y veloz pasaba zumbando frente a mi casa rumbo a la de sus abuelos quienes vivían frente a la Carta Blanca, en la Colonia Roma.
Don Diego, su abuelo, vendía como les he contado anteriormente, las más ricas raspas de Piedras Negras en un pequeño estanquillo rodeado de bancas de madera que instaló fuera de su casa y el cual pinto de color verde la Coca Cola. Mi raspa favorita era la de vainilla y presto la disfrutaba con singular alegría después de las correteadas que nos dábamos tras la pelota de gajos en aquellos terregosos campos de futbol que se localizaban frente al estanquillo, precisamente donde ahora está el Restaurante Las Cabañitas y la Plaza Comercial de Tomas Perales. Recuerdo que Don Diego me regañaba diciéndome, ¡“que andas haciendo atrás de esa pelotota, cabrón!, ponte a jugar béisbol. Ese es el deporte de los hombres!” ¡Un sabio, el abuelito del Polaco, ni duda cabe!
No había celulares ni chats para ponernos de acuerdo. Los mensajes se daban en persona porque sabíamos que el amigo siempre estaría en su casa, o en los alrededores de ella. Nos desviábamos de nuestra ruta varias cuadras para dejarle el mensaje al amigo con un grito o un recado con los familiares. Así de simple era la comunicación infantil en nuestra época. Teníamos que apersonarnos, no había de otra.
Éramos el Polaco y yo los más fieles aficionados infantiles de los Rojos de AHMSA. Aquel equipo de béisbol de la Liga del Norte de Coahuila representante de nuestra ciudad, que tantas glorias logró y que tantos aficionados metió al antiguo estadio de béisbol de la colonia Roma allá en los años 60´s y el cual era prácticamente insuficiente por tanta gente que asistía a verlos jugar. En nuestro trayecto al estadio para ver y ayudar en las prácticas a los peloteros, pasábamos por el zurdo, quien vivía por la calle Sinaloa media cuadra antes de llegar al estadio. Teníamos 10 años de edad apenas. Por cierto, el zurdito llegó a ser jugador profesional de béisbol, enfundado en el uniforme de los Rieleros de Aguascalientes en la Liga Mexicana y se le conoce en el ambiente beisbolístico como el Lefty Rodríguez.
Para nuestro gusto, el estadio siempre lucia majestuoso, esperando con los portones abiertos diariamente nuestra llegada en bicicleta y con el guante colgado en el manubrio. La puerta de entrada al estadio estaba localizada más o menos por donde esta actualmente la entrada de la Agencia Ford, así que entrábamos mis amigos y yo a trompicones para no perdernos del entrenamiento ni siquiera del olor al Iodex que se embarraban los jugadores antes de cada práctica. Emocionados nos poníamos a calentar con ellos corriendo desde la raya del jardín derecho mientras escuchábamos las anécdotas que se contaban entre risas y burlas. “Calentar el brazo” con cualquiera de los peloteros era para mi una experiencia extraordinaria. Era lo mejor que me podía ocurrir a mi escasa edad. Imagínense ustedes, “cachando” yo, un niño de escasos 10 años, con el elegante zurdo cubano Manuel Moreno Ríos! El ídolo de mi infancia se tomaba el tiempo de calentar su poderoso brazo conmigo! Que afortunado fui, no lo podía creer.
Nosotros, embelezados los disfrutábamos. Después de correr un rato junto a ellos, nos mandaban a cachar las bolas que salían de los batazos durante la práctica de bateo. Ahí disfrutábamos y nos enseñamos a jugar béisbol, a fortalecer el amor por la pelota y a practicar desde entonces las relaciones personales. Bueno, unos aprendieron mas que otros, pero igual disfrutábamos ese ambiente y fue fundamental semilla, bien sembrada, en tierra buena, para que floreciera en nosotros el amor por ese bello deporte.
Gracias a Dios no se borran esos pasajes de mi niñez. No se borra ese ambiente sano y limpio. Jamás dejare de disfrutar el clásico sonido del bat al chocar con la pelota, el chasquido de los guantes, el ruido de los spikes en la tierra, el olor a la brea y a la tierra mojada, las risas y las bromas entre los peloteros que hacían retumbar las gradas del inmueble en aquella esquina de la Colonia Roma donde actualmente está el Hotel Posada Rosa. Será imborrable para mí el haber convivido aquellas tardes con los ídolos de mi infancia y sobre todo, en compañía de mis amigos.
Después de la practica diaria, regresábamos en bicicleta o corriendo hacia la casa de los abuelos del Polaco. Nos esperaba un repleto plato de chorizo con huevo condimentado con una pizca de amor y con una cucharada de dulzura de su abuelita. Lo acompañábamos derrochando tortillas de harina recién hechas que olían desde dos cuadras antes de llegar a su casa (¿seria el trapo?). Reposando la cena, con la barriga a reventar, nos sentábamos en las mecedoras del patio a construir nuestros castillos de futuro, a contarnos las mentiras más increíbles y sobre todo, a decidir que haríamos el siguiente día. Claro, sin que eso impidiera cumplir con nuestro fuerte compromiso contraído con los Rojos de AHMSA. Eso ni pensarlo, porque estaba firmado con el mas profundo honor infantil.
Don Diego, su abuelo, vendía como les he contado anteriormente, las más ricas raspas de Piedras Negras en un pequeño estanquillo rodeado de bancas de madera que instaló fuera de su casa y el cual pinto de color verde la Coca Cola. Mi raspa favorita era la de vainilla y presto la disfrutaba con singular alegría después de las correteadas que nos dábamos tras la pelota de gajos en aquellos terregosos campos de futbol que se localizaban frente al estanquillo, precisamente donde ahora está el Restaurante Las Cabañitas y la Plaza Comercial de Tomas Perales. Recuerdo que Don Diego me regañaba diciéndome, ¡“que andas haciendo atrás de esa pelotota, cabrón!, ponte a jugar béisbol. Ese es el deporte de los hombres!” ¡Un sabio, el abuelito del Polaco, ni duda cabe!
No había celulares ni chats para ponernos de acuerdo. Los mensajes se daban en persona porque sabíamos que el amigo siempre estaría en su casa, o en los alrededores de ella. Nos desviábamos de nuestra ruta varias cuadras para dejarle el mensaje al amigo con un grito o un recado con los familiares. Así de simple era la comunicación infantil en nuestra época. Teníamos que apersonarnos, no había de otra.
Éramos el Polaco y yo los más fieles aficionados infantiles de los Rojos de AHMSA. Aquel equipo de béisbol de la Liga del Norte de Coahuila representante de nuestra ciudad, que tantas glorias logró y que tantos aficionados metió al antiguo estadio de béisbol de la colonia Roma allá en los años 60´s y el cual era prácticamente insuficiente por tanta gente que asistía a verlos jugar. En nuestro trayecto al estadio para ver y ayudar en las prácticas a los peloteros, pasábamos por el zurdo, quien vivía por la calle Sinaloa media cuadra antes de llegar al estadio. Teníamos 10 años de edad apenas. Por cierto, el zurdito llegó a ser jugador profesional de béisbol, enfundado en el uniforme de los Rieleros de Aguascalientes en la Liga Mexicana y se le conoce en el ambiente beisbolístico como el Lefty Rodríguez.
Para nuestro gusto, el estadio siempre lucia majestuoso, esperando con los portones abiertos diariamente nuestra llegada en bicicleta y con el guante colgado en el manubrio. La puerta de entrada al estadio estaba localizada más o menos por donde esta actualmente la entrada de la Agencia Ford, así que entrábamos mis amigos y yo a trompicones para no perdernos del entrenamiento ni siquiera del olor al Iodex que se embarraban los jugadores antes de cada práctica. Emocionados nos poníamos a calentar con ellos corriendo desde la raya del jardín derecho mientras escuchábamos las anécdotas que se contaban entre risas y burlas. “Calentar el brazo” con cualquiera de los peloteros era para mi una experiencia extraordinaria. Era lo mejor que me podía ocurrir a mi escasa edad. Imagínense ustedes, “cachando” yo, un niño de escasos 10 años, con el elegante zurdo cubano Manuel Moreno Ríos! El ídolo de mi infancia se tomaba el tiempo de calentar su poderoso brazo conmigo! Que afortunado fui, no lo podía creer.
Nosotros, embelezados los disfrutábamos. Después de correr un rato junto a ellos, nos mandaban a cachar las bolas que salían de los batazos durante la práctica de bateo. Ahí disfrutábamos y nos enseñamos a jugar béisbol, a fortalecer el amor por la pelota y a practicar desde entonces las relaciones personales. Bueno, unos aprendieron mas que otros, pero igual disfrutábamos ese ambiente y fue fundamental semilla, bien sembrada, en tierra buena, para que floreciera en nosotros el amor por ese bello deporte.
Gracias a Dios no se borran esos pasajes de mi niñez. No se borra ese ambiente sano y limpio. Jamás dejare de disfrutar el clásico sonido del bat al chocar con la pelota, el chasquido de los guantes, el ruido de los spikes en la tierra, el olor a la brea y a la tierra mojada, las risas y las bromas entre los peloteros que hacían retumbar las gradas del inmueble en aquella esquina de la Colonia Roma donde actualmente está el Hotel Posada Rosa. Será imborrable para mí el haber convivido aquellas tardes con los ídolos de mi infancia y sobre todo, en compañía de mis amigos.
Después de la practica diaria, regresábamos en bicicleta o corriendo hacia la casa de los abuelos del Polaco. Nos esperaba un repleto plato de chorizo con huevo condimentado con una pizca de amor y con una cucharada de dulzura de su abuelita. Lo acompañábamos derrochando tortillas de harina recién hechas que olían desde dos cuadras antes de llegar a su casa (¿seria el trapo?). Reposando la cena, con la barriga a reventar, nos sentábamos en las mecedoras del patio a construir nuestros castillos de futuro, a contarnos las mentiras más increíbles y sobre todo, a decidir que haríamos el siguiente día. Claro, sin que eso impidiera cumplir con nuestro fuerte compromiso contraído con los Rojos de AHMSA. Eso ni pensarlo, porque estaba firmado con el mas profundo honor infantil.
Nos Vemos…
1 comentario:
Gran post Javier... hasta se me antojaron los huevos con chorizo...
Saludos
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