22 de agosto de 2025

Ando de Remolón…

No han sido pocas las veces que me han dado ganas de empacar unos cuantos tiliches, cerrar la puerta con llave y buscar otro rincón, uno donde empezar de nuevo, donde volver a creer que la vida todavía tiene pausas.

Lo que duele, lo que cala hondo, es ver cómo se nos va deshaciendo el pueblo. Piedras Negras, ese rincón que tanto costó levantar con manos recias y corazones francos, va perdiendo su esencia pedazo a pedazo. Se nos escapan sus raíces,  las costumbres, la tranquilidad, la mirada limpia del vecino. Y lo peor no es eso… lo peor es que, por temor al qué dirán, por miedo a incomodar o quedar mal, nos quedamos callados. Bajamos la cabeza.

Y cuidado… porque en ese silencio cómodo y cobarde, nos estamos perdiendo.

Pero bueno; después de mucho pensarlo y dejar de andar de remolón, termino regresando a mi cueva. Ahí me esperan mis libros, mi pluma, mis recuerdos… y el club. El club con su ambiente de béisbol, de fútbol americano, con sus mesas de dominó y carambola, sus asadores siempre encendidos, y esos buenos amigos que se vuelven abrigo en tiempos de frío y hieleras rebosantes en tiempos de calor. Esos con los que uno puede estar sin decir nada… y sentirse acompañado.

Recuerdo cuando uno podía caminar tomado de la mano de la novia por la avenida Carranza, y llevarla a su casa antes de las diez de la noche… porque así era. Porque así se vivía. Hoy las fiestas apenas se asoman a las once. En aquellos tiempos eso era horario de locos.

Uno se subía al camión urbano y le daba la vuelta completa al pueblo, como si fuera un paseo turístico. O hacíamos el recorrido en carro con los amigos, de la plaza principal al Casino Nacional, saludando a diestra y siniestra, como Adelita en desfile revolucionario a todo el que se cruzara en nuestro camino. Hoy la prisa nos arrastra. Nadie se detiene. Todo urge, todo corre.

Los lugares tenían alma. Íbamos al Olivo, a la Costa Azul, al Moderno, al Picnic, a Las Trancas, al Chacalito, a Los Álamos, al café Zócalo, al México Típico, al Rio Vista, al Don Cruz, Las Rocas, al Buzo, a La Nogalera, al Farolito, al Agua Azul, al Pedregal, al Campestre… con los papás, con los amigos, con la novia. Los meseros conocían a nuestras familias y nos trataban como si estuviéramos en casa. Y si, lo estábamos.

Se nos están yendo las cosas simples, las que de verdad importan. Pero aún creo —quiero creer— que no está todo perdido. Que aún estamos a tiempo de salvar lo que fuimos.

Cómo olvidar aquellas tardes en el Gimnasio Municipal —ese que ahora lleva el nombre del gran Beto Estrada—, cuando ir a ver un partido de basquetbol era un verdadero acontecimiento. Los equipos se armaban con hambre de gloria y los jugadores de casa dejaban la piel en la duela, soñando con ganar el campeonato… y, claro, con impresionar a las muchachas. 


Qué bien jugaban Balín Bustamante, José Orozco, La Boha, Arturo y Héctor Reyes, Kike Gutiérrez, René Rodríguez, Papo Menchaca… y tantos más. Aquellos Pistones de la Refaccionaria Central, el del Seguro Social, el Inglés Especial… ¡qué ambiente tan bonito! Familias enteras, novios, niños con soda en mano… todos reunidos, vibrando con cada canasta.


Y el boxeo… ¡qué tiempos aquellos! Hace más de 50 años, Piedras Negras tenía un ídolo: Gaby Estrada. Talento puro, clase, corazón. Tenía todo para ser campeón nacional, y no exagero. Llenaba el gimnasio —el mismo que hoy lleva el nombre de su tío— y hacía rugir al pueblo con cada golpe. Pero para nosotros era más que un boxeador. Era el amigo del barrio, compañero de cacerías de sapos, de carreras en bici banana, de travesuras con los timbres de las casas… y pitcher estrella del equipo infantil La Voz del Norte. Campeones, claro que sí.

Y por todo eso, por todo lo vivido, por todo lo que aún late en las calles, prefiero quedarme aquí. Porque el alma se alimenta de estas memorias, de este pueblo que, aunque se sacude y se tambalea, se niega a perder del todo su nobleza.

A veces, lo confieso, me dan ganas de irme… pero no me voy. Porque hay cosas que todavía merecen ser defendidas. Porque aún hay canciones que nos recuerdan quiénes fuimos. Porque este rincón del mundo, con todo y sus heridas, sigue siendo casa.


Javier Zacarías 

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