8 de agosto de 2025

El Regalo…


Hoy, 8 de agosto, cumpliría años mi papá. Y como suele pasar cuando llega esta fecha, los recuerdos me caen encima en cascada: lo mucho que disfrutaba celebrar en familia, su manera de sonreír con los ojos, y, sobre todo, uno de esos cumpleaños que se quedaron para siempre conmigo.

Mi hermano Chavo y yo decidimos festejarlo como a él le gustaba: con una comida familiar en el inigualable restaurante Moderno, ese lugar que algunas veces fue testigo de nuestras sobremesas largas y nuestras risas sin prisa.

Era una de esas tardes de canícula norteña, de calor pegajoso, pero de ese que no incomoda, porque trae consigo el recuerdo de los abrazos sudorosos y los apapachos de sus nietos a Don Chano. Todo estaba en su lugar: la comida deliciosa, los refrescos bien fríos, las carcajadas que brotaban sin esfuerzo, y los recuerdos que se colaban, suaves y discretos, entre anécdotas y abrazos.

Mi papá, que por entonces estaba por cumplir 80 años, se veía entero. Con esa energía suya que parecía inagotable. Y para nosotros, verlo así, rodeado de su gente, ya era el mejor de los regalos.

Llegó el momento de abrir los presentes.

Los recibió como siempre, con esa sonrisa suya pintada con cariño: camisas, lociones, chalecos… detalles elegidos con amor por sus nietos, sus nueras, sus hijos. Pero de pronto, me miró directamente, con seriedad.

—¿Y tú qué me regalaste?

Me tomó por sorpresa. Mi papá nunca había sido de fijarse en quién traía qué. Titubeé:

—Pues… Sarita le trajo el chaleco que le gustó, y pues las niñas la loción, papá… eso va de parte de todos nosotros.

Entonces me tomó del brazo con ternura, y con esa sonrisa pícara que siempre lo acompañaba, me dijo:

—No te creas, no te creas… pero quiero que tú me regales algo. ¿Cómo ves?

—¡Claro, papá! —le respondí sin pensarlo—. Lo que usted quiera.

—Quiero que me regales tiempo. Vamos a Las Vegas. Yo pago el hotel… tú los vuelos. Pero eso sí… ¡solos!

Les juro que me agarró con la guardia baja. Vi las miradas de todos en la mesa, pero supe sobreponerme y de inmediato acepté la propuesta. Era su cumpleaños. Era su deseo. Era su regalo.

Preparamos el viaje. Él arreglando sus pendientes con su cómplice para ausentarse cuatro noches —mi mamá de aliada—, y yo sacando permisos en la oficina… y en la casa. No fue fácil, pero se logró.

Salimos en carretera rumbo a San Antonio, desde donde tomaríamos el vuelo a Las Vegas. Y ya desde ese primer tramo, supe que estábamos viviendo algo especial. Lo que ocurrió allá no cabe en ninguna caja ni álbum de fotos. Fue un regalo que se atesora en el alma.

Platicamos como nunca, nos reímos de todo, me contó historias que no conocía, y yo le conté las mías. Lo escuché con atención, y él me escuchó con ese gusto que sólo los padres tienen cuando sus hijos ya son hombres. Dormíamos cuando nos daba sueño, despertábamos sin prisas. Comíamos donde a él se le antojaba, y le encantaba invitarme. Pagaba los tragos con orgullo, feliz de estar conmigo, su hijo mayor, en esos espectaculares bares de Las Vegas.

Él disfrutando de sus maquinitas —y ganando, porque regresó con más de lo que se llevó—, y yo en los Sports Books, perdiendo, pero gozando de los deportes y las carreras de caballos, que aún me encantan. Pero siempre cerca. Siempre pendientes uno del otro.

Y al regresar, ya en la carretera de vuelta a Piedras Negras, me dijo con voz tranquila:

—Estoy muy contento. Este viaje lo habíamos planeado tu mamá y yo desde hace tiempo… sólo esperábamos el momento justo para pedírtelo.

Y sí… fue el momento justo.

Hoy que mi papá ya no está con nosotros, ese viaje se ha vuelto uno de los recuerdos más hermosos que guardo. Y sé, con certeza, que también lo fue para él.

No fue el único viaje que hicimos juntos: fuimos a ver al Toro Valenzuela cuando estaba en su apogeo, en un tour beisbolero a Houston; fuimos en familia a ver a los Astros contra mis Red Sox; hicimos paseos con amigos, con mi señora, con nuestras hijas… pero solos, él y yo, nunca antes.

Y créanme: ese pequeño detalle hace toda la diferencia.

Si tienen la oportunidad de regalarle tiempo a su papá, háganlo. El tiempo compartido con él no se compra ni se envuelve… pero se vuelve eterno.


Javier Zacarías 


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