6 de julio de 2025

“Me gustó mi vida…”

Doña Sofía fue una mujer maravillosa.

Dueña de un espíritu alegre y de una energía contagiosa, disfrutaba intensamente cada momento, y todo lo que hacía lo entregaba con pasión, con ese esmero que solo tienen quienes aman la vida.

Su risa era amplia, generosa, de esas que inundan los rincones y acarician el alma. A mí me regaló un cariño profundo, sincero… y sobre todo, me dio lo que más amo, con una confianza total, sin reservas.

Tenía una voz que al cantar nos transportaba a un lugar más cálido, más bonito. Y aunque era alegre y cariñosa, también tenía ese carácter firme de las mujeres laguneras: bastaba una mirada para ponerte en tu lugar, y si te desviabas del camino, sabías que habría consecuencias. Con esa fuerza y esa fe dirigió a sus hijos, siempre con Dios en el centro de todo.

Si sus hijos eran su razón de vivir, sus nietos eran su adoración. Todo lo disfrutaba de ellos: sus juegos, sus palabras, sus travesuras. No podía haber fiesta, festival escolar o reunión sin que ella se hiciera presente con su alegría desbordante y algún regalo en las manos. Y no era solo su presencia física… era el amor con el que llegaba. Sus nietos la amaban profundamente, y se sentían con la confianza de acudir a ella, ya fuera por un consejo o simplemente para escuchar sus sabias recomendaciones. La querían infinitamente, porque sabían que su cariño era incondicional.

Las anécdotas con ella son muchas. Incontables. Algunas divertidas, otras profundas, y sí… también hay momentos tristes, porque así es la vida: dulce y dura, como ella la entendía.

Tenía arte en las manos. Siempre estaba creando, compartiendo, regalando algo que llevaba su esencia. Desde un detalle sencillo hasta algo verdaderamente elaborado, todo lo hacía con amor. Era imposible no quererla.

Y qué decir de su comida… ¡nos tenía rendidos! No había platillo que no disfrutáramos con devoción. Cada sabor llevaba su firma, su sazón, su cariño.

No diré que fue como una segunda madre, como suele decirse. Fue mi suegra, sí, pero también mi amiga, mi cómplice, y quizá la más sincera admiradora que tuve. A veces bromeo que era la presidenta honoraria de mi club de fans.

Cuando fallecio hace meses, una de sus últimas palabras para Sarita fueron: “Me gustó mi vida mija”. Qué poderoso testimonio… y cuánto me conmueve. Me llena de lágrimas, de nostalgia, pero también de profunda paz. Porque ella, como pocas personas, supo vivir. Y supo dejar huella.

Vuele alto, suegra querida. El camino no será largo, porque usted ya vivía en el cielo desde aquí. Sus hijas, sus hijos, sus nietas y nietos, sus yernos y nueras… todos los que la quisimos, ya la estamos extrañando.

Y siempre, siempre estará en mi corazón.

Su yerno… Javier

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